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Archive for octubre 2009

El escritor William Golding afirmó en sus dos novelas Los Herederos y El Señor de las Moscas que el ser humano es cruel por naturaleza desde el principio de la misma especie. Cualquiera podría decir que exageraba, pero un servidor no está del todo seguro.

Una escena de la cual he sido testigo esta mañana no hace más que reforzar la teoría de Golding.  Esta escena era un pobre pajarillo, un periquito que había escapado de alguna jaula, en las ramas de un árbol que hay enfrente de mi casa. Desde la calle, un grupo de personas -que viven enfrente del árbol, si se estiran con un palo en la mano pueden alcanzarlo- lo observaban y deseaban hacerse con él, querían cogerlo… y no se les ha ocurrido una mejor manera de hacerlo que lanzándole piedras al pajarillo. No eran piedrecitas y no las tiraban cerca para asustarlo, se las tiraban a él con la absurda convicción de que, si le daban, bajaría al suelo y se lo podrían llevar, sin pensar que un pájaro es un ánimal frágil y que, cualquiera de esas piedras, si le daban, lo matarían.

La escena ha durado varios minutos, con el grupo de personas lanzando piedras grandes y pequeñas y el pobre animalillo observándolas con curiosidad al pasar junto a él y,  en ocasiones, asomándose a mirar de dónde venía, pero en ningún momento se ha ido del árbol. Yo estaba deseando, gritándole en silencio, que se fuera, que esa gente lo iba a matar, pero él seguía ahí… hasta que uno de ellos ha cogido del suelo una rama grande, todos se han apartado, sabiendo que, si esa rama les caía, les haría daño… el hombre ha lanzado la rama… y el pajarillo ha caído como una piedra hasta estrellarse contra el suelo. Todos se han regodeado de su hazaña y ha habido risas mientras la que quería llevarse al pajarillo lo cogía del suelo diciendo triunfante que aún seguía vivo…

Ellos se olvidarán de su insensato ornitocidio, seguirán con sus vidas y volverán a cometer actos crueles y estúpidos, pero el que esto escribe no puede olvidar a ese pajarillo, de cuerpo color amarillo y con la cabeza y el cuello anaranjados, de mirada curiosa y demasiado inocente para sospechar que esas cosas que pasaban a su alrededor iban dirigidas a él para matarlo.

Cada vez más, el que esto escribe tiene la convicción de que nadie nos llorará cuando hayamos desaparecido como especie. Somos crueles y estúpidos… y William Golding tenía razón.

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